A EVENCIO GAMEZ.
Por: Juan Quintana.
Háblame de esas tardes tranquilas bajo la
sombra de los árboles de tu vieja plaza, con sus bancos de madera y olor a
pueblo de antaño.
Háblame de la suave brisa que golpeaba en
silencio los hermosos rostros de las damas de otrora.
Háblame de las notas musicales que fluían
de tu sonoro clarinete y luego se esparcian bajo el inmenso cielo azul.
Háblame de tu pincel, del mismo que deslizabas impregnado de añil sobre el reverso de un viejo cartel
publicitario.
Háblame,
aunque sea con pocas palabras, como siempre solías hacerlo, sobre tu
musa, o tus enormes lentes, o sobre el humo que brotaba de tu inseparable pipa.
Háblame de tus colores favoritos, de esos
colores propios del artista ingenuo que plasmó para el recuerdo sus calles, lo
cristalino de la quebrada, los frondosos jabillos, las inolvidables tardes de
toros…
Mientras tanto, yo hablaré de tu grandeza,
de tus viejos e inseparables amigos, hablaré del alegre repicar de campanas que
en innumerables momentos escuchaste muy
de cerca…
Mientras tanto, yo escribiré sobre algún trozo de papel de
estraza, parte de la historia cotidiana y luego la gritaré a viva voz, tal vez
hasta el cansancio, la historia de este
hermoso pueblo que al igual que yo,
escogiste como tuyo, del pueblo que te abrigó como un hijo de esos que
no pasarán desapercibidos jamás.
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