martes, 26 de enero de 2021

SEGURAMENTE MORIRÁN DE APLAUSOS POR: JUAN QUINTANA

 

SEGURAMENTE MORIRÁN DE APLAUSOS

 

POR: JUAN QUINTANA

 

Había quedado profundamente dormido, tal vez no eran aun ni las 10 de la noche, el cansancio no me permitió ni siquiera ver el resumen de noticias del día, en el “Observador Creole”, con Francisco Amado Pernía, estaba sumamente agotado…, la oscuridad de la habitación, dominaba cualquier mínimo destello de luz que pudiera entrar en ella, en verdad me sentía agotado, ya que durante todo el día estuve “puñaleándome” para presentar mi examen final de “Formación Social Moral y Cívica”, necesitaba aprobar la materia, sé que estaba haciendo mi mayor esfuerzo por quedar bien con mi mamá y conmigo mismo, pero además tenía que cumplirle a uno de mis profesores a quien siempre respeté y admiré, Alberto Ramos, no pasarle la materia, sería tal vez un fracaso y decepción al mismo tiempo…, el Manual de Carreño me lo había aprendido casi que al caletre, la conformación de la familia, normas del buen oyente y el buen hablante, cómo sentarse a la mesa, cómo comer de manera correcta, no tomar lo ajeno, el respeto a los mayores y un largo etcétera que comprendía esa importantísima materia (Formación Social Moral y Cívica)…, pero, que ironías tiene la vida, ¡cuán necesaria es esa materia en estos momentos!, les aseguro que otra realidad sería la nuestra, si no se hubiese eliminado del pensum de estudio…, tristemente.

 

A pesar de lo exhausto que yo estaba, durante esa larga e interminable noche, sentía que el mundo conspiraba contra mí, el temor se apoderaba de todo mi ser, creí por un momento que estaba alucinando, me sentía solo, sin poder gritar a los cuatro vientos mi miedo, estaba -literalmente- tal como aquella serie de televisión “Perdidos en el Espacio”, me sentía aterrorizado, intuía con absoluta claridad que se acercaban a mí, me rodeaban cual tribu indígena, para liquidar al intruso que había soslayado sus leyes, sus costumbres y tradiciones, me sentía como en la hoguera o tal vez, como en el patíbulo, el sudor cubría todo mi cuerpo, pero un sudor extremadamente frío, muy similar al que se siente cuando el estómago y el intestino, en una especie de “Melodía Perfecta”, se combinan para echarte, en el lugar donde te encuentres, una lavativa de dimensiones incalculables, además, sentía cómo me acosaban, me señalaban, sus afiladas y mortíferas armas estaban dirigidas hacia mí, con la única intención de aniquilarme y saciar su sed sangrienta, emulando seguramente alguna historia real o no, de los vampiros en pleno siglo 18, yo estaba completamente seguro, que Alfred Hitchcock se hubiese inspirado, sin ningún tipo de esfuerzo adicional, para escribir, lo que con seguridad pudiera haber sido un Best Seller de terror, de altísima taquilla…, y yo, inmóvil, pero además despavorido y sin poder hacer absolutamente nada, ya que el mismo temor había paralizado, quizás, desde hacía varias horas, todo mi ser, a pesar de no poder ver a los intrusos que de manera sorpresiva habían entrado en mi habitación.

 

Sentía que todo estaba paralizado, la noche, el tiempo y seguramente hasta yo lo estaba, esperaba con mucha ansiedad, escuchar el alboroto de los gallos de mi padrino Tomás Fumero, o el ruido inconfundible de la destartalada carretilla de Sanabria y su pregón mañanero, deseaba, de manera desesperada, que amaneciera y que todo fluyera al igual que todos los días, salir de la casa para ir al Liceo, pasar buscando a mi prima Lourdes, seguir hacia la casa de Melania Bello, donde seguramente nos esperarían, como siempre lo hacían, sus nietos Cachumbo y Maigualida, y también Bartolo, que religiosamente bajaba de La Horquilla, y allí en la casa de Melania, ver llegar a primeras horas de la mañana a la siempre recordada María Quinchoncho.

 

Sin duda alguna, contar este momento de temor y terror, se alejaría muchísimo de “lo vivido”, era una noche que se había convertido en un siglo o en muchos siglos, o en una eternidad entera, era interminable, pero ellos estaban ahí, rodeándome, a la espera de que algún ser superior les indicara el momento justo del ataque final, para destrozar, sin piedad alguna, y de manera definitiva, toda mi integridad…, aún con los ojos cerrados, yo lograba captar, en plena oscuridad, cómo me rodeaban, me acosaban hasta el cansancio, ellos sabían, y de hecho estaban convencidos, que yo era una presa segura, y en mí, vaciarían toda su fuerza para derrotarme y aniquilar mi vulgar y silvestre existencia, pero algo en mi interior me decía que no, que sí podía resistir, que hiciera un esfuerzo máximo y lograra sobreponerme, pero ese algo en mi interior, era injusto conmigo, o al menos yo no lograba descifrar el cómo y en qué momento estratégico hacerlo, cómo desprenderme de ese pánico en el cual estaba atrapado, de qué fuerza sobrenatural me tendría que valer, para enfrentar lo que con seguridad se había convertido en mi peor lucha o batalla.

 

Al fin, a lo lejos, logré escuchar el cantar de los gallos de Tomas Fumero, y el ruido inconfundible de la destartalada carretilla de Sanabria, pregonando su venta diaria de frutas y periódicos, y percibía con mucho agrado, el insuperable olor que se desprendía del fogón de leña de mi abuela…, ya, como siempre, la mañana lograba imponerse sobre la noche, corroborando ese dicho muy popular que reza: “no por mucho madrugar amanece más temprano”…, en ese momento, sentía con infinita satisfacción, que el mundo volvía a mí, que al fin se había disipado ese asedio constante al cual había sido sometido durante casi toda la noche, o no sé si toda la eternidad, y confieso que logré despertar, pero aun con mucho temor, aunque todo se aclararía solo unos segundos después…, los intrusos estaban ya plenamente identificados, su imponente y mortífera acción comenzaría rápidamente a debilitarse al sentir mi presencia, el temor ya no estaría de mi parte, sino de parte de ellos, la pelota estaba ahora de mi lado, no tendrían escapatoria, ahora eran ellos los que estaban rodeados, los veía asustados, estaban ahí, pero queriendo escapar, eran ellos, sí, ellos, estaban ya plenamente identificados, trataban de esconderse unos detrás de otros, pero conformados en una inmensa  nube de Zancudos que revoloteaban a mi alrededor y  quienes, de manera casi inevitable, pronto “MORIRÍAN DE APLAUSOS”.

 

PD: El famosísimo “Espiral Plagatox”, que acostumbraba colocar mi abuela Petra, no fue suficiente para ahuyentar a los malvados zancudos que casi me destrozan la vida

 

 

 

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