El Cerro de La Cruz,
…extraordinariamente imponente.
Por: Juan Quintana.
…era en mayo, y entre los torcidos bejucales que se
espigaban hacia el infinito, solíamos buscar parchita de monte, y llegar hasta
lo más alto, desde donde se veía el azul del cielo mucho más cerca, tan cerca
que casi podíamos atrapar el sol con una sola mano…ahí estaba La Cruz, testigo
de innumerables cantos de fulías…, estaba ahí, en lo más alto de ese cerro que vigilaba
muy sigilosamente las travesuras de la otrora quebrada cristalina, del
extraordinariamente imponente cerro, que en silencio, veía entrar y salir a los
visitantes y coterráneos de aquel pueblo, de ese mismo pueblo que poco a poco
ha dado paso a una pujante ciudad, dejando solo para el recuerdo, una historia
cotidiana poco contada.
Tal vez, ese
mismo cerro, aun intacto e incólume como siempre, ha estado custodiando celosamente,
aunque no sé hasta cuando, a la vieja casona de corredores del Placer, con sus
inconfundibles columnas y sus centenares de tejas curtidas por el indetenible
tiempo, y a sus compañeras de una larga vida, a las otras casas antiguas, con
innumerables y eternos recuerdos atrapados en sus gruesas paredes de barro, y que
hoy, luego de más de dos siglos y medio de historia, se resisten desesperadamente
a una triste, anunciada y casi inevitable muerte.
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