lunes, 29 de marzo de 2021

“Aún no…, mis ovejas esperan por mí”. Por: Juan Quintana.

 

“Aún no…, mis ovejas esperan por mí”.

Por: Juan Quintana.

 

  Sentí temor, no pude ocultarlo, ni tampoco debo ocultarlo, sentí temor a pesar que infinidad de veces he predicado lo contrario: ”No temáis porque yo estoy contigo”…

  Días antes, mi esposa había estado complicada,  justo en ese instante, comencé a sentir temor, oré desde lo más profundo de mi ser, por ella, y por todos los que estaban pasando por este terrible mal, ya lo habíamos hecho mucho antes,  a cada instante, orando y hablando de tú a tú con Dios, como a diario lo hacemos,  sé que mis oraciones llegaron hasta él, como siempre han llegado, sé que Jesús me escuchó, como siempre me ha escuchado, nunca ha dejado de escucharme, nunca ha dejado de escucharnos,  él siempre está ahí, esperando a que le demos el lugar que merece,  y a que reconozcamos que siempre se hará su voluntad, y no la nuestra…,sé que gracias a nuestras oraciones, mi esposa y muchísimos enfermos más, lograron sobreponerse a este horrible  flagelo.

  Comencé a sentir malestar, me sentía ahogado, tal vez ya yo estaba contaminado, por algún descuido, en algún momento, aunque no sé cómo, ni cuándo, ni por qué…, percibía que mis pulmones no recibían suficiente aire y sentí, nuevamente, temor…, aunque retumbaba en mi interior aquella clara y fuerte voz diciéndome: “No temáis porque yo estoy contigo”…, mis hermanos lograron trasladarme al Hospital General, y ahí, en una calurosa y aterradora sala, en total y absoluto hacinamiento, estábamos un poco más de treinta pacientes, nos dividía solo una pared que daba a otra sala, de iguales características, también con algo más de treinta pacientes, en iguales condiciones, con apenas un par de metros de distancia entre  cama y cama…, mis hermanos lograron conseguirme dos bombonas de oxígeno y las llevaron al hospital, mientras instalaban la que yo usaría, un médico nos pidió que le entregáramos la otra bombona de oxígeno, para socorrer a un paciente que estaba sumamente grave, a Dios gracias pudimos ayudar a otro ser que la necesitaba, Dios quiera se haya  recuperado totalmente…, el ambiente no brindaba ningún tipo de consuelo, ya no había camas, todo estaba saturado, se asomaba a mi mente, aunque de manera fugaz, pero aterradora, aquellas escenas de guerra con centenares de heridos en un hospital de campaña…, cada segundo allí, acostado,  se convertía en horas o tal vez en días…, sin duda alguna, fue espantoso, sentía que poco a poco  las fuerzas se alejaban de mis manos, de mis piernas, de mi cuerpo…, ya era el tercer día de estar allí, en el hospital, esperando ser atendido de manera formal y comenzar mi recuperación, mis hermanos veían con asombro, cómo a las afueras del hospital, la gente se aglomeraba, esperando recibir noticias de sus enfermos, de los innumerables enfermos que ingresaban minuto a minuto, contagiados con el virus…, las salas de ese inmenso Hospital General, estaban, literalmente, colapsadas, no cabía un alma más, los médicos haciendo lo humanamente posible por ser leales al juramento que hicieran un día, en algún auditorio de algún Rectorado del país…,  al principio solo se escuchaban leves murmullos, luego los comentarios comenzaron a volar rápidamente, y al comenzar a caer el ocaso, ya  todos nos habíamos enterado que el oxígeno se había agotado en el hospital, la gente desesperada tratando de sacar por sus propios medios a sus enfermos, y rápidamente  el pánico se apoderaba de todos, fue sin duda alguna, una escena espeluznante, digna de un best seller al mejor estilo de Alfred Hitchcoock, en solo fracciones de segundos, más de una decena de seres humanos habían fallecido por falta de oxígeno…, los gritos de la gente, el llanto, el intento desesperado, para muchos infructuoso, por sacar, bajo cualquier medio, a sus familiares que se morían ahí, cerca de ellos, sin poder hacer nada, con absoluta impotencia ante lo que estaba sucediendo, esos mismos gritos, ese mismo llanto, esa misma tristeza, se iban desvaneciendo poco a poco a medida que comenzábamos a alejarnos, dejando atrás, tal vez, la sombra tenebrosa de la muerte…,  mis hermanos lograron, por sus propios medios, sacarme de aquel caluroso y aterrador pasillo del hospital, y conducirme a una clínica cercana, para lograr que pudieran estabilizarme…, confieso que no dejé de orar, tanto por mi salud, como  por la de centenares de  hermanos que habían quedado recluidos en el hospital, en condiciones poco favorables…, esa noche, como las anteriores, también fue larga y angustiosa, sin poder dormir lo suficiente como para reponerme, pero sabía que el temor seguía ahí, atado a mí, en una lucha constante con mis oraciones…, a la mañana siguiente, ya no se ni de qué día, mis hermanos, con la ayuda económica de algunos amigos, logran ingresarme a una clínica en la capital del Estado, de hecho fui admitido en el área de triaje, para recibir los auxilios preliminares, mis oraciones no dejaban de inundar el espacio y el tiempo, mis oraciones se elevaban, muy alto, como siempre,  en dirección al cielo, confiábamos plenamente en que sería atendido sin ningún tipo de inconveniente, pero tristemente la odisea continuaba, el sufrimiento seguía, por un lado, mientras el virus seguían haciendo su diabólico papel de estrangular mi ser, de ahogar mis esperanzas, por el otro, recibíamos la inesperada noticia de  no poder ser recluido en una habitación de esa clínica,  para el tratamiento correspondiente, por no tener a la mano, una cifra muy superior a la que inicialmente nos habían informado, y que por lógica, escapaba de nuestro presupuesto, pero con el agravante adicional de no recibir el trato adecuado que un ser humano, sin distingo de raza, credo, condición social o económica, pudiera recibir…, mi conversación con Dios, pidiéndole que se hiciera su voluntad,  no se había  interrumpido en ningún momento, sé que él, como siempre, estaría  a mi lado, escuchándome,  ayudándome a saltar cualquier obstáculo, por muy grande que este fuera, y me indicaría, con gran claridad,  cuál sería  el  camino a seguir.

 Hoy, seguimos luchando en esta batalla contra un minúsculo e invisible virus, pero con un poder devastador, solo derrotable con una formula muy sencilla y económica: “quedarse en casa”, “salir a lo estrictamente necesario y bajo la máxima prudencia y protección posible”, acompañado, por supuesto, con oraciones continuas y permanentes…, hoy seguimos luchando en esta batalla,  con un cuadro clínico poco favorable para mí, pero con una fe inquebrantable, de que todo saldrá bien muy pronto, mis oraciones no le dan más tregua al virus, sabremos, con la ayuda del altísimo, salir de esta hora menguada, nuestros sueños van adelante, a pasos seguros, lentos,  pero indetenibles, de la mano del creador, porque él sabe perfectamente, que: “Aún no…, mis ovejas esperan por mí”.

 

Pd: Los hechos, personajes y lugares descritos por el autor en esta crónica, son reales, solo que preferimos, por simple ética y humanismo, mantenerlos en estricta confidencialidad.

 

Fuentes originales:

Gustavo Suarez y

José Ángel Medina.

1 comentario:

  1. Para dormir, a veces cuento ovejas, pero todas saltan a la vez y no hay manera.

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