“Aún no…, mis ovejas esperan por mí”.
Por: Juan Quintana.
Sentí temor, no pude ocultarlo, ni tampoco debo ocultarlo, sentí temor a
pesar que infinidad de veces he predicado lo contrario: ”No temáis porque yo
estoy contigo”…
Días antes, mi esposa había estado complicada, justo en ese instante, comencé a sentir
temor, oré desde lo más profundo de mi ser, por ella, y por todos los que
estaban pasando por este terrible mal, ya lo habíamos hecho mucho antes, a cada instante, orando y hablando de tú a tú
con Dios, como a diario lo hacemos, sé
que mis oraciones llegaron hasta él, como siempre han llegado, sé que Jesús me
escuchó, como siempre me ha escuchado, nunca ha dejado de escucharme, nunca ha
dejado de escucharnos, él siempre está
ahí, esperando a que le demos el lugar que merece, y a que reconozcamos que siempre se hará su
voluntad, y no la nuestra…,sé que gracias a nuestras oraciones, mi esposa y
muchísimos enfermos más, lograron sobreponerse a este horrible flagelo.
Comencé
a sentir malestar, me sentía ahogado, tal vez ya yo estaba contaminado, por
algún descuido, en algún momento, aunque no sé cómo, ni cuándo, ni por qué…, percibía
que mis pulmones no recibían suficiente aire y sentí, nuevamente, temor…,
aunque retumbaba en mi interior aquella clara y fuerte voz diciéndome: “No temáis
porque yo estoy contigo”…, mis hermanos lograron trasladarme al Hospital General,
y ahí, en una calurosa y aterradora sala, en total y absoluto hacinamiento,
estábamos un poco más de treinta pacientes, nos dividía solo una pared que daba
a otra sala, de iguales características, también con algo más de treinta
pacientes, en iguales condiciones, con apenas un par de metros de distancia
entre cama y cama…, mis hermanos lograron
conseguirme dos bombonas de oxígeno y las llevaron al hospital, mientras
instalaban la que yo usaría, un médico nos pidió que le entregáramos la otra
bombona de oxígeno, para socorrer a un paciente que estaba sumamente grave, a
Dios gracias pudimos ayudar a otro ser que la necesitaba, Dios quiera se haya recuperado totalmente…, el ambiente no
brindaba ningún tipo de consuelo, ya no había camas, todo estaba saturado, se
asomaba a mi mente, aunque de manera fugaz, pero aterradora, aquellas escenas
de guerra con centenares de heridos en un hospital de campaña…, cada segundo
allí, acostado, se convertía en horas o
tal vez en días…, sin duda alguna, fue espantoso, sentía que poco a poco las fuerzas se alejaban de mis manos, de mis
piernas, de mi cuerpo…, ya era el tercer día de estar allí, en el hospital,
esperando ser atendido de manera formal y comenzar mi recuperación, mis
hermanos veían con asombro, cómo a las afueras del hospital, la gente se
aglomeraba, esperando recibir noticias de sus enfermos, de los innumerables
enfermos que ingresaban minuto a minuto, contagiados con el virus…, las salas
de ese inmenso Hospital General, estaban, literalmente, colapsadas, no cabía un
alma más, los médicos haciendo lo humanamente posible por ser leales al
juramento que hicieran un día, en algún auditorio de algún Rectorado del
país…, al principio solo se escuchaban
leves murmullos, luego los comentarios comenzaron a volar rápidamente, y al comenzar
a caer el ocaso, ya todos nos habíamos
enterado que el oxígeno se había agotado en el hospital, la gente desesperada
tratando de sacar por sus propios medios a sus enfermos, y rápidamente el pánico se apoderaba de todos, fue sin duda
alguna, una escena espeluznante, digna de un best seller al mejor estilo de Alfred
Hitchcoock, en solo fracciones de segundos, más de una decena de seres humanos
habían fallecido por falta de oxígeno…, los gritos de la gente, el llanto, el intento
desesperado, para muchos infructuoso, por sacar, bajo cualquier medio, a sus familiares
que se morían ahí, cerca de ellos, sin poder hacer nada, con absoluta
impotencia ante lo que estaba sucediendo, esos mismos gritos, ese mismo llanto,
esa misma tristeza, se iban desvaneciendo poco a poco a medida que comenzábamos
a alejarnos, dejando atrás, tal vez, la sombra tenebrosa de la muerte…, mis hermanos lograron, por sus propios medios,
sacarme de aquel caluroso y aterrador pasillo del hospital, y conducirme a una
clínica cercana, para lograr que pudieran estabilizarme…, confieso que no dejé
de orar, tanto por mi salud, como por la
de centenares de hermanos que habían
quedado recluidos en el hospital, en condiciones poco favorables…, esa noche,
como las anteriores, también fue larga y angustiosa, sin poder dormir lo
suficiente como para reponerme, pero sabía que el temor seguía ahí, atado a mí,
en una lucha constante con mis oraciones…, a la mañana siguiente, ya no se ni
de qué día, mis hermanos, con la ayuda económica de algunos amigos, logran
ingresarme a una clínica en la capital del Estado, de hecho fui admitido en el
área de triaje, para recibir los auxilios preliminares, mis oraciones no
dejaban de inundar el espacio y el tiempo, mis oraciones se elevaban, muy alto,
como siempre, en dirección al cielo, confiábamos
plenamente en que sería atendido sin ningún tipo de inconveniente, pero
tristemente la odisea continuaba, el sufrimiento seguía, por un lado, mientras
el virus seguían haciendo su diabólico papel de estrangular mi ser, de ahogar
mis esperanzas, por el otro, recibíamos la inesperada noticia de no poder ser recluido en una habitación de esa
clínica, para el tratamiento
correspondiente, por no tener a la mano, una cifra muy superior a la que
inicialmente nos habían informado, y que por lógica, escapaba de nuestro
presupuesto, pero con el agravante adicional de no recibir el trato adecuado
que un ser humano, sin distingo de raza, credo, condición social o económica,
pudiera recibir…, mi conversación con Dios, pidiéndole que se hiciera su
voluntad, no se había interrumpido en ningún momento, sé que él,
como siempre, estaría a mi lado,
escuchándome, ayudándome a saltar
cualquier obstáculo, por muy grande que este fuera, y me indicaría, con gran
claridad, cuál sería el camino a seguir.
Hoy, seguimos luchando en esta batalla contra
un minúsculo e invisible virus, pero con un poder devastador, solo derrotable
con una formula muy sencilla y económica: “quedarse en casa”, “salir a lo
estrictamente necesario y bajo la máxima prudencia y protección posible”,
acompañado, por supuesto, con oraciones continuas y permanentes…, hoy seguimos
luchando en esta batalla, con un cuadro
clínico poco favorable para mí, pero con una fe inquebrantable, de que todo
saldrá bien muy pronto, mis oraciones no le dan más tregua al virus, sabremos,
con la ayuda del altísimo, salir de esta hora menguada, nuestros sueños van
adelante, a pasos seguros, lentos, pero
indetenibles, de la mano del creador, porque él sabe perfectamente, que: “Aún
no…, mis ovejas esperan por mí”.
Pd: Los hechos, personajes y lugares
descritos por el autor en esta crónica, son reales, solo que preferimos, por
simple ética y humanismo, mantenerlos en estricta confidencialidad.
Fuentes originales:
Gustavo Suarez y
José Ángel Medina.
Para dormir, a veces cuento ovejas, pero todas saltan a la vez y no hay manera.
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