A
Camero.
Por:
Juan Quintana.
Tal vez ya no importaba tu técnica, y me
atrevería a afirmar, que tampoco
importaba tu estilo, ni siquiera
las formas de tus esculturas, ni la infinidad de rostros que dejaste plasmados
para la eternidad, ni la extraordinaria Trepadora a un lado de la Plaza Bolívar,
recordando al insigne Gallegos en su paso por esta tierra grande, ni al Juan Primito,
a quien describiste de manera magistral, tanto en el lienzo como en tu poema,
ni la destartalada carretilla de Sanabria, calle arriba y calle abajo, con su
pregón mañanero…, ellos eran así, grandes, muy grandes, inmensos, muy inmensos,
pero los inmortalizaste en el recuerdo de tu Charallave querido, grabándolos con
tu fino pincel y gritándole al mundo que eran parte de tu historia, de nuestra
historia…, pero por encima de esos inmensos e invalorables detalles estabas tú,
único por tu forma de ser, único por tus manos y tu mente, único por la mirada
siempre profunda al caminar por las calles de nuestro pueblo, esa misma mirada,
casi fija, tal vez a la caza de tu presa,
para colocarla al desnudo y reflejarla
luego en el blanco lienzo…, ese eras tú,
siempre fuiste tú, sin complejo, al natural como siempre, fuiste tu propia
musa, fuiste manantial inequívoco de tu propia inspiración, solo los bohemios logran hacerlo, y tú, tú
eras uno de ellos.
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