LA HISTORIA POCO CONTADA
“LA GRANJERIA CRIOLLA”
DE AQUEL CHARALLAVE DE ANTAÑO
POR . JUAN QUINTANA
Esta es parte de la historia más sencilla de
nuestro pueblo, la cotidianidad de aquel hermoso pueblo de calles empolvadas,
de aquel pueblo apacible con gente amable, de aquel viejo Charallave…, y en el
Adobe Pueblo de Antaño guardamos para el disfrute de nuestros visitantes, gran
parte de esa historia, de la historia poco contada como la de “La Granjería Criolla”
o los sabrosos dulces que se hacían y se vendían en las casas de familia, en
las bodegas o pulperías, en los templetes, en los toros coleados, y hasta en la
propia Plaza Bolívar de aquel Charallave que afortunadamente dejo una
huella en cada calle y un recuerdo en cada esquina.
Les comento que
existían dulces que eran casi exclusivos de una época en particular, es decir
que generalmente no se hacían en
cualquier mes del año, a menos que fuera un antojo para alguna recién
embarazada, o un encargo para alguna celebración, como por ejemplo la de una presentación
ante la sociedad de la hija de fulana de tal que cumplía 15 años, o por qué no,
para un compartir durante la celebración de la Primera Comunión del hijo del
Jefe Civil, o quizás para celebrar ”los miados” por el nacimiento del hijo de
la vecina, pero de lo contrario, estos dulces tenían su tiempo y momento
preciso, como por ejemplo, el Cabello de Ángel y Dulce de Lechosa, que se hacían en diciembre para acompañar a la no menos
sabrosa y suculenta hallaca…, las matronas de Charallave preparaban
hasta dos y tres ollas grandes, tanto de cabello de Ángel como del Dulce
de Lechosa, no solo para comer en la
casa, sino además para obsequiarle al Jefe Civil, al Cura Párroco, a la
comadre, a la mamá del novio o de la novia, para los intercambios de dulces que
hacían las familias charallavenses en las epocas decembrinas, y por supuesto,para
los visitantes o arroceros, que llegaban muchas veces hasta sin ser invitados,
a la casa el 31 en la noche para dar el
feliz año…, eso sí, esas ollas de dulces las estiraban durante todo el mes de
diciembre porque tenían que llegar
hasta el 6 de enero para la celebración del dia de reyes.
Otros dulces o granjería criolla que se elaboraban casi exclusivamente en una época
del año, era el arroz con coco y también el majarete, y era justamente durante
la Semana Santa o Semana Mayor…, pues bien,
la jefa de la familia mandaba a
comprar unos 6 o 7 cocos partidos, en una de esas pilas de cocos ubicadas frente al bar El Demócrata, o frente a la bodega de Chucho Matute
o en las cercanías de La Cueva del Sapo,
donde los muchachos del pueblo “echaban cocos” o “quebraban cocos”, en otra de las pintorescas tradiciones de
nuestro pueblo, y los mandaba a comprar
partidos, ya que así, es decir, sin el agua,
eran mucho más baratos y muchas
veces hasta se los regalaban…, la preparación
aunque no era muy difícil, tenía un secreto muy particular en cada familia,
pero en términos generales, se pelaban los cocos, luego se rallaban en un rallo
finito, que hacían de hojalata de alguna de esas perolas de leche Nido, Reina
del Campo, o Leche Klim, y así comenzaba
la preparación, hasta dar en el punto
justo de dos de los dulces más típicos de la Semana Santa : “el majarete” y “el
arroz con coco”, por supuesto con su respectivo clavito de especie, y vaciados
en un típico plato de peltre, y
adornados por la canela en polvo que no podía
faltar.
Recordamos que un
plato de majarete (en plato de peltre) del cual salían 8 y hasta 10 pedazos, no costaba más de un Bolívar, es
decir casi una locha por pedazo.
Evidentemente que no podemos dejar de nombrar a las
hermanas Robles, en la Plaza Vieja, eran sin duda, muy famosas en hacer todo
tipo de granjería criolla, pero eran
unas especialistas en arroz con coco y majarete, pero además había que quitarse
el sombrero cuando preparaban el bienmesabe o el juan sabroso, que también eran
a base de coco rallado, las melcochas suaves y las melcochas duras, que eran
las preferidas de los muchachos para llevar a la escuela, y las famosísimas pelotas, que eran
algo así como una bola de maíz blanco, molido y cocido a fuego lento, al que se
le agregaba clavos de especie, un tantico de sal y otro tantico de azúcar, una porción
de “secreto” de las hermanas Robles y finalmente eran envueltas en hojas de plátano
o cambur, para luego venderlas a medio las pequeñas, y a tres lochas las
grandes, esas pelotas de las hermanas Robles,
acompañadas de una taza de guarapo con leche, resolvía muchas veces la cena de
cualquier familia de Charallave.
Recordamos de igual
forma a la familia Cestari en el pueblo abajo, y tambien a Esperanza y a Jesús María
Pacheco, con sus famosas arepitas dulces, quienes inicialmente estaban ubicados en la Calle
Real o Calle Bolívar, muy cerca de la bombita, y posteriormente en Curaciripa…,
al terminar aquellas misas de aguinaldos, en las madrugadas frías de las fiestas decembrinas, era curioso ver a gran
cantidad de muchachos, muchachas, niños y hasta viejos, haciendo cola en la
casa de los Pacheco para comprar las famosas arepitas dulces que por cierto la vendían
a locha cada una, y si compraban 10 se las dejaban en un Bolívar, es decir, uno
se ahorra dos lochas, y después de
comprar las arepitas era costumbre irse caminando hasta la Silsa, en las cercanías
de la frutería de Félix Alayón, para
luego regresar a eso de 7 u 8 de la mañana de nuevo a la Plaza Bolívar, y de
ahí a sus casas a echar un camarón y esperar la siguiente misa de aguinaldo.
Otro de los dulces típicos
de aquel viejo Charallave, era el pandehorno, o mejor dicho, “el mejor
pandehorno de Venezuela”, elaborado aquí en Charallave, cerca de Barrialito, en la casa de Guillermo
y María Díaz, allí, gran cantidad de personas desfilaban todas las tardes a
golpe de 3 o 4 pm, quizás atraídos por el inconfundible olor que se desprendida
del horno de leña de Guillermo y maría días, y ese mismo olor y exquisito sabor a pueblo,nos recuerda
sin duda alguna, el poema del hombre de las cosas más sencillas, Don Aquiles Nazoa, cuando decía: “….va el pandehorno, va el
pandehorno,va el pandehorno abicochao, el que comen lo muchacho cuando están enamorao“.
Otra de los grandes
personajes populares de aquel viejo Charallave, muy conocida y muy querida por
todos era la Negra Susana, quien preparaba unos suspiros de varias formas,
colores y tamaños para chuparse los dedos, además hacia los besitos de coco,
los rellenos, el gofio, las polvorosas, y los vendía ella misma calle arriba y
calle abajo por todo Charallave, tongoneando su inmensa cintura, mientras
pregonaba: ”muchacho , cómprale el dulce a la negra Susana, cómpralo muchacho
que esta calientico…”
Pero además de las
casas de familia, recordamos que en las bodegas o pulperías tambien se vendía
la granjería criolla, en la bodega de Rufino Figuera en el pueblo abajo, las
conservas blancas y negras y los gofios
horneados, tambien en la bodega de Aureliano Lamont, que estaba ubicada en la Calle
Real (donde queda hoy corp banca ), se podía comprar por solo medio real, los deliciosos majaretes y los espectaculares
tequiches, que eran igualmente una especie de majarete un poco más oscuro, a
base de harina de maíz cariaco…, Jesús María Guzmán era otro de los más famosos para esa época, con su
delicioso, inigualable, inimitable e insustituible “Golfeado”, de muchos
lugares aledaños venían a comprar los golfeados de Jesús María guzmán, incluso
para revenderlos en todo el Tuy y hasta en Caracas.
En definitiva, en
ninguna de las casas de nuestro pueblo, faltaba la dulcería criolla, las catalinas, los cortados, el gofio o
el pandehorno, y que acompañado de un
buen vaso de papelón con limón, chicha de arroz o carato de maíz, representaba
la merienda perfecta de aquellas tardes de antaño, y cuando por alguna razón no
había merienda en la casa, la mamá mandaba al muchacho a la bodega o pulpería más
cercana para hacer cualquier compra, y de una vez el muchacho ni corto ni perezoso, luego de
que el bodeguero o pulpero le perforaba su tarjeta o tiquera, le pedía su acostumbrada ñapa, que generalmente era de gofio, de suspiro, de
queso,de papelón o rule, o de queso con papelón, que la llamaban curiosamente
“san Simón y Judas” o “Judas con San Simón”…, y fue así como aquellos tiempos añorados por muchos
y envidiados por otros, quedaron
marcados, y quizás “endulzados” para
siempre, con la deliciosa granjería criolla, que definitivamente paso a formar
parte de esa historia poco contada de aquel
charallave de antaño.
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