sábado, 11 de enero de 2020

GRANJERIA CRIOLLA EN CHARALLAVE




LA HISTORIA POCO CONTADA 

                  “LA  GRANJERIA  CRIOLLA”

                 DE AQUEL CHARALLAVE DE ANTAÑO

                                    POR . JUAN QUINTANA 

 

 

 Esta es parte de la historia más sencilla de nuestro pueblo, la cotidianidad de aquel hermoso pueblo de calles empolvadas, de aquel pueblo apacible con gente amable, de aquel viejo Charallave…, y en el Adobe Pueblo de Antaño guardamos para el disfrute de nuestros visitantes, gran parte de esa historia, de la historia poco contada como la de “La Granjería Criolla” o los sabrosos dulces que se hacían y se vendían en las casas de familia, en las bodegas o pulperías, en los templetes, en los toros coleados, y hasta en la propia Plaza Bolívar de  aquel  Charallave que afortunadamente dejo una huella en cada calle y un recuerdo en cada esquina.

 

  Les comento que existían dulces que eran casi exclusivos de una época en particular, es decir que generalmente  no se hacían en cualquier mes del año, a menos que fuera un antojo para alguna recién embarazada, o un encargo para alguna celebración, como por ejemplo la de una presentación ante la sociedad de la hija de fulana de tal que cumplía 15 años, o por qué no, para un compartir durante la celebración de la Primera Comunión del hijo del Jefe Civil, o quizás para celebrar ”los miados” por el nacimiento del hijo de la vecina, pero de lo contrario, estos dulces tenían su tiempo y momento preciso, como por ejemplo, el Cabello de Ángel y Dulce de Lechosa, que se hacían  en diciembre para acompañar a la no menos sabrosa y suculenta hallaca…, las matronas de Charallave  preparaban  hasta dos y tres ollas grandes, tanto de cabello de Ángel como del Dulce de Lechosa,  no solo para comer en la casa, sino además para obsequiarle al Jefe Civil, al Cura Párroco, a la comadre, a la mamá del novio o de la novia, para los intercambios de dulces que hacían las familias charallavenses en las epocas decembrinas, y por supuesto,para los visitantes o arroceros, que llegaban muchas veces hasta sin ser invitados, a la casa  el 31 en la noche para dar el feliz año…, eso sí, esas ollas de dulces las estiraban durante todo el mes de diciembre   porque tenían que llegar hasta el 6 de enero para la celebración del dia de reyes.

 

  Otros dulces o granjería criolla  que se elaboraban casi exclusivamente en una época del año, era el arroz con coco y también el majarete, y era justamente durante la Semana Santa o Semana Mayor…, pues bien,  la  jefa de la familia mandaba a comprar unos 6 o 7 cocos partidos, en una de esas pilas de cocos ubicadas  frente al bar El  Demócrata, o frente a la bodega de Chucho Matute o en las cercanías de La Cueva del Sapo,  donde los muchachos del pueblo “echaban cocos” o “quebraban cocos”,  en otra de las pintorescas tradiciones de nuestro pueblo,  y los mandaba a comprar partidos, ya que así, es decir, sin el agua,  eran mucho más baratos  y muchas veces hasta se los  regalaban…, la preparación aunque no era muy difícil, tenía un secreto muy particular en cada familia, pero en términos generales, se pelaban los cocos, luego se rallaban en un rallo finito, que hacían de hojalata de alguna de esas perolas de leche Nido, Reina del Campo, o Leche Klim,  y así comenzaba la preparación,  hasta dar en el punto justo de dos de los dulces más típicos de la Semana Santa : “el majarete” y “el arroz con coco”, por supuesto con su respectivo clavito de especie, y vaciados en un típico plato de peltre,  y adornados por  la canela en polvo que no podía faltar.

 

  Recordamos que un plato de majarete (en plato de peltre) del cual salían 8 y hasta  10 pedazos, no costaba más de un Bolívar, es decir casi una locha por pedazo.

 

  Evidentemente  que no podemos dejar de nombrar a las hermanas Robles, en la Plaza Vieja, eran sin duda, muy famosas en hacer todo tipo de  granjería criolla, pero eran unas especialistas en arroz con coco y majarete, pero además había que quitarse el sombrero cuando preparaban el bienmesabe o el juan sabroso, que también eran a base de coco rallado, las melcochas suaves y las melcochas duras, que eran las preferidas de los muchachos para llevar a la  escuela, y las famosísimas pelotas, que eran algo así como una bola de maíz blanco, molido y cocido a fuego lento, al que se le agregaba clavos de especie, un tantico de sal y otro tantico de azúcar, una porción de “secreto” de las hermanas Robles y finalmente eran envueltas en hojas de plátano o cambur, para luego venderlas a medio las pequeñas, y a tres lochas las grandes,  esas pelotas de las hermanas Robles, acompañadas de una taza de guarapo con leche, resolvía muchas veces la cena de cualquier familia de Charallave.

 

  Recordamos de igual forma a la familia Cestari en el pueblo abajo, y tambien a Esperanza y a Jesús María Pacheco, con sus famosas arepitas dulces, quienes  inicialmente estaban ubicados en la Calle Real o Calle Bolívar, muy cerca de la bombita, y posteriormente en Curaciripa…, al terminar aquellas misas de aguinaldos, en las madrugadas frías de las  fiestas decembrinas, era curioso ver a gran cantidad de muchachos, muchachas, niños y hasta viejos, haciendo cola en la casa de los Pacheco para comprar las famosas arepitas dulces que por cierto la vendían a locha cada una, y si compraban 10 se las dejaban en un Bolívar, es decir, uno se ahorra dos lochas,   y después de comprar las arepitas era costumbre irse caminando hasta la Silsa, en las cercanías de la frutería de Félix Alayón,  para luego regresar a eso de 7 u 8 de la mañana de nuevo a la Plaza Bolívar, y de ahí a sus casas a echar un camarón y esperar la siguiente misa de aguinaldo.

 

  Otro de los dulces típicos de aquel viejo Charallave, era el pandehorno, o mejor dicho, “el mejor pandehorno de Venezuela”, elaborado aquí en Charallave,  cerca de Barrialito, en la casa de Guillermo y María Díaz, allí, gran cantidad de personas desfilaban todas las tardes a golpe de 3 o 4 pm, quizás atraídos por el inconfundible olor que se desprendida del horno de leña de Guillermo y maría días, y ese mismo  olor y exquisito sabor a pueblo,nos recuerda sin duda alguna, el poema del hombre de las cosas más sencillas, Don Aquiles Nazoa,  cuando decía: “….va el pandehorno, va el pandehorno,va el pandehorno abicochao, el que comen  lo muchacho cuando están enamorao“.

 

  Otra de los grandes personajes populares de aquel viejo Charallave, muy conocida y muy querida por todos era la Negra Susana, quien preparaba unos suspiros de varias formas, colores y tamaños para chuparse los dedos, además hacia los besitos de coco, los rellenos, el gofio, las polvorosas, y los vendía ella misma calle arriba y calle abajo por todo Charallave, tongoneando su inmensa cintura, mientras pregonaba: ”muchacho , cómprale el dulce a la negra Susana, cómpralo muchacho que esta calientico…”

 

  Pero además de las casas de familia, recordamos que en las bodegas o pulperías tambien se vendía la granjería criolla, en la bodega de Rufino Figuera en el pueblo abajo, las conservas blancas y negras  y los gofios horneados, tambien en la bodega de Aureliano Lamont, que estaba ubicada en la Calle Real (donde queda hoy corp banca ), se podía comprar por solo medio real,  los deliciosos majaretes y los espectaculares tequiches, que eran igualmente una especie de majarete un poco más oscuro, a base de harina de maíz cariaco…, Jesús María Guzmán era otro  de los más famosos para esa época, con su delicioso, inigualable, inimitable e insustituible “Golfeado”, de muchos lugares aledaños venían a comprar los golfeados de Jesús María guzmán, incluso para revenderlos en todo el Tuy y hasta en Caracas.

 

  En definitiva, en ninguna de las casas de nuestro pueblo, faltaba la dulcería criolla,  las catalinas, los cortados, el gofio o el  pandehorno, y que acompañado de un buen vaso de papelón con limón, chicha de arroz o carato de maíz, representaba la merienda perfecta de aquellas tardes de antaño, y cuando por alguna razón no había merienda en la casa, la mamá mandaba al muchacho a la bodega o pulpería más cercana para hacer cualquier compra, y de una vez  el muchacho ni corto ni perezoso, luego de que el bodeguero o pulpero le perforaba su tarjeta o tiquera, le pedía  su acostumbrada ñapa,  que generalmente era de gofio, de suspiro, de queso,de papelón o rule, o de queso con papelón, que la llamaban curiosamente “san Simón y Judas” o “Judas con San Simón”…, y fue  así como aquellos tiempos añorados por muchos y envidiados  por otros, quedaron marcados, y quizás “endulzados”  para siempre, con la deliciosa granjería criolla, que definitivamente paso a formar parte de esa  historia poco contada de aquel charallave de antaño.

 

 

 




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