LA HISTORIA POCO CONTADA
MI PRIMERA COMUNIÓN.
UNA ILUSIÓN QUE PERDURARÁ EN EL
TIEMPO.
POR . JUAN QUINTANA
Esta es parte de la historia más sencilla de
nuestro pueblo, la cotidianidad de aquel hermoso pueblo de calles empolvadas,
de aquel pueblo apacible con gente amable, de aquel Charallave con sus costumbres, tradiciones, personajes
populares, anécdotas, leyendas, y su historia, y en el “Adobe Pueblo de Antaño“, mantenemos aún vivo el recuerdo de esa
hermosa historia, de la historia poco contada, como la de “Mi primera Comunión”.
Tres o cuatro meses, eran más que suficientes para
la preparación de la anhelada ceremonia, las Hermanitas (las monjitas de la
iglesia), dedicaban toda su atención al grupo de niños y niñas, que por
separado, (los niños de un lado y las niñas en otro), recibían las
orientaciones religiosas emanadas del cura párroco de entonces, y establecidas en el misal correspondiente con
el acostumbrado “Padre Nuestro”, “El Credo“, “El Yo pecador”, “El Ave María”, y un largo etcétera de rezos, que tenían que aprenderse así fuera
al caletre, casi como para la presentación de un examen final.
Durante
ese largo tiempo de clases religiosas, las monjitas no dejaban de recordarle a
los niños que la hostia “no se pisa con los dientes”, la hostia debe permanecer
en el centro de la lengua hasta que finalmente se deshaga, pero al final, más de un niño pasó trabajo durante la
celebración de la comunión, o el recibimiento
del Cuerpo de Cristo, ya que “por inexpertos“, la hostia se pegaba al cielo de
la boca, y frecuentemente los veías
nerviosos y angustiados, haciendo maromas con la lengua, para despegar la
hostia del cielo de la boca .
No era
aceptado bajo ningún concepto, que las niñas y niños de esa época, faltaran a
ningún día de las clases religiosas, a menos que fuera solo por causa mayor,
como por ejemplo “el efecto Mayo”, (las diarreas que se presentaban
generalmente a principios del mes de mayo, producto de las primeras lluvias),
en este caso, el padre o la madre, se dirigía a la casa parroquial a justificar
ante las monjitas, o ante el propio cura, con el argumento de: ”Padre, écheme
la bendición, Pedrito no pudo venir hoy porque le dio “Mayo”.
Durante
ese largo tiempo de preparación religiosa, las mamás aprovechaban para mandar a
confeccionar, para las niñas, el tradicional traje de monjas, o el otro traje
extravagante cual matrimonio de alta alcurnia, mientras que para los niños, el
típico flux azul marino, y el lacito de igual color, que ya había sido usado anteriormente
por cinco o seis hermanos mayores.
Durante
esos tres o cuatro meses de preparación,
era obligatorio asistir a la misa de 9 de cada domingo, por dos razones
fundamentales; la primera, por el mismo hecho de servir como complemento de las
clases religiosas, y la otra razón, y quizás la más importante, y que Dios me
perdone, era que si no asistía a la misa
de 9, difícilmente los dejarían entrar a la función dominical en el
salón parroquial, preparada por los jóvenes de la juventud católica de aquella
época, Domingo Barile, Víctor “noche joven” Delgado, Pablo Castro, los Hermanos
Alvarenga, Fernando blanco, entre otros.
Y
finalmente llegaba el día central de la celebración, ya los niños sabían con
antelación, que luego de la misa y el
sermón en el pulpito de la iglesia, venia el acto de confesión, y que generalmente no sabían que pecados
confesar, luego vendría la celebración
de La Primera Comunión como tal, o el recibimiento del Cuerpo de Cristo,
posteriormente se imponía la rigurosa foto de estudio, con el reclinatorio aterciopelado,
el rosario, el misa, y al fondo un Cristo Crucificado, para complementar el escenario perfecto del
profesional de la fotografía, en blanco y negro, y después venia algo así como
“el bonche final“, sí señor, así como lo lee, “el bonche final“, aunque las
limitaciones eran evidentes, se les prohibía durante ese día, y hasta por tres días consecutivos, pelear con
los hermanitos o amiguitos, no podían oír música, no podían ver la televisión, (aquellos que
tenían), y claro está, no podían bajo ningún concepto, decir groserías, ya que
según los papás y los abuelos “el diablo” estaría rondando muy cerca.
Les decía que muchos de los niños esperaban
ese día con anhelo, ya que después de la Comunión, venía la celebración, con
regalos y demás bombos y platillos, propias de una fiesta familiar.
Generalmente
la Primera Comunión, se celebraba a primeras horas de la mañana del último domingo de Mayo, o a más tardar el
primer domingo de Junio, y duraba
aproximadamente dos horas…, ya a golpe de 10 de la mañana, en la casa estaba la
larga mesa preparada con la olla de chocolate “El rey”, con sus respectivos
pocillos de peltre y tazas de loza, las galletas de soda “Nabisco La Favorita”,
una docena de manzanas rojas y verdes, acompañadas
de dos o tres ramos de cayenas o gladiolas rojas, con varios ramilletes de pino o de
acacia, adornando la mesa, y por
supuesto, las caraotas refritas, las hallaquitas envueltas en hojas de maíz, el
requesón, la cuajada, el suero, el aguacate que no podía faltar, y la torta preparada
por la jefa de la casa, todo listo para la entrada final del “homenajeado”, que acababa de recibir su Primera
Comunión, ´por supuesto, ya los invitados y los tradicionales “arroceros”, estaban instalados cual primer chicharrón…, los
regalos por parte de los invitados, o lo que llamaban las guindas, eran casi
obligatorios, y consistían generalmente,
para los varones, en juegos de monopolio, ludo, una bolsa de metras, o
alguna perinola, y para las niñas, algún jueguito de café de porcelana, ropa íntima,
o una cajita de dulces acaramelados.
Después
de concluir la gran comelona, la mamá llevaba
al niño a visitar las casas de
los vecinos que no habían asistido al desayuno, poniendo como excusa,
presentarle al “nuevo comulgado”, pero en el fondo era para que de manera muy
sutil, para no decir “casi obligada”,
los vecinos se bajaran de la mula con el acostumbrado regalito, que casi
siempre terminaba en ser “un fuerte” de plata, o lo que es lo mismo cinco bolívares.
Así concluía esta importante ceremonia religiosa,
que se repetía año tras años, y que aún, en el fondo, sigue vigente, pero con evidentes y significativos cambios
de forma, producto sin duda alguna, de la evolución de la iglesia católica, por
un lado, y por el otro, producto del modernismo en el que estamos inmiscuidos,
pero esto evidentemente, nos obliga una vez más a recordar aquellas viejas
historias poco contadas, de un Charallave que se resiste al inevitable cambio, de un viejo pueblo como tantos otros
pueblos de Venezuela, que nos dejó un recuerdo en cada esquina.
“AY DE LOS PUEBLOS QUE NO TIENEN HISTORIA“…,
“AY, (AGREGO), DE LOS QUE LA HAN TENIDO, Y NO HAN SABIDO GUARDARLA“
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