sábado, 11 de enero de 2020

MI PRIMERA COMUNION ..EN AQUEL CHARALLAVE DE ANTAÑO











LA HISTORIA POCO CONTADA 

MI PRIMERA COMUNIÓN.

UNA ILUSIÓN QUE PERDURARÁ EN EL TIEMPO.

POR . JUAN QUINTANA 

 

 

 Esta es parte de la historia más sencilla de nuestro pueblo, la cotidianidad de aquel hermoso pueblo de calles empolvadas, de aquel pueblo apacible con gente amable, de aquel Charallave  con sus costumbres, tradiciones, personajes populares, anécdotas, leyendas,  y su  historia, y en el “Adobe Pueblo de Antaño“,  mantenemos aún vivo el recuerdo de esa hermosa historia, de la  historia  poco contada, como la de “Mi primera Comunión”.

 

 Tres  o cuatro meses, eran más que suficientes para la preparación de la anhelada ceremonia, las Hermanitas (las monjitas de la iglesia), dedicaban toda su atención al grupo de niños y niñas, que por separado, (los niños de un lado y las niñas en otro), recibían las orientaciones religiosas emanadas del cura párroco de entonces,  y establecidas en el misal correspondiente con el acostumbrado  “Padre Nuestro”,  “El Credo“, “El Yo pecador”,  “El Ave María”, y un largo etcétera  de rezos, que tenían que aprenderse así fuera al caletre, casi como para la presentación de un examen final.

 

 Durante ese largo tiempo de clases religiosas, las monjitas no dejaban de recordarle a los niños que la hostia “no se pisa con los dientes”, la hostia debe permanecer en el centro de la lengua hasta que finalmente se deshaga, pero al final,  más de un niño pasó trabajo durante la celebración de la comunión,  o el recibimiento del Cuerpo de Cristo, ya que “por inexpertos“, la hostia se pegaba al cielo de la boca,  y frecuentemente los veías nerviosos y angustiados, haciendo maromas con la lengua, para despegar la hostia del cielo de la boca .

 

 No era aceptado bajo ningún concepto, que las niñas y niños de esa época, faltaran a ningún día de las clases religiosas, a menos que fuera solo por causa mayor, como por ejemplo “el efecto Mayo”, (las diarreas que se presentaban generalmente a principios del mes de mayo, producto de las primeras lluvias), en este caso, el padre o la madre, se dirigía a la casa parroquial a justificar ante las monjitas, o ante el propio cura, con el argumento de: ”Padre, écheme la bendición, Pedrito no pudo venir hoy porque le dio “Mayo”.

 

  Durante ese largo tiempo de preparación religiosa, las mamás aprovechaban para mandar a confeccionar, para las niñas, el tradicional traje de monjas, o el otro traje extravagante cual matrimonio de alta alcurnia, mientras que para los niños, el típico flux azul marino, y el lacito de igual color, que ya había sido usado anteriormente por cinco o seis hermanos mayores.

 

  Durante esos tres o cuatro  meses de preparación, era obligatorio asistir a la misa de 9 de cada domingo, por dos razones fundamentales; la primera, por el mismo hecho de servir como complemento de las clases religiosas, y la otra razón, y quizás la más importante, y que Dios me perdone, era que si no asistía  a la misa de 9,  difícilmente los  dejarían entrar a la función dominical en el salón parroquial, preparada por los jóvenes de la juventud católica de aquella época, Domingo Barile, Víctor “noche joven” Delgado, Pablo Castro, los Hermanos Alvarenga, Fernando blanco, entre otros.

 

  Y finalmente llegaba el día central de la celebración, ya los niños sabían con antelación, que luego de la misa  y el sermón en el pulpito de la iglesia, venia el acto de confesión, y  que generalmente no sabían que pecados confesar, luego vendría  la celebración de La Primera Comunión como tal, o el recibimiento del Cuerpo de Cristo, posteriormente se imponía la rigurosa foto de estudio, con el reclinatorio aterciopelado, el rosario, el misa, y al fondo un Cristo Crucificado,  para complementar el escenario perfecto del profesional de la fotografía, en blanco y negro, y después venia algo así como “el bonche final“, sí señor, así como lo lee, “el bonche final“, aunque las limitaciones eran evidentes, se les prohibía durante ese día,  y hasta por tres días consecutivos, pelear con los hermanitos o amiguitos, no podían oír música,  no podían ver la televisión, (aquellos que tenían), y claro está, no podían bajo ningún concepto, decir groserías, ya que según los papás y los abuelos “el diablo” estaría rondando muy cerca.

Les decía que muchos de los niños esperaban ese día con anhelo, ya que después de la Comunión, venía la celebración, con regalos y demás bombos y platillos, propias de una fiesta familiar.

  Generalmente la Primera Comunión, se celebraba a primeras horas de la mañana  del último domingo de Mayo, o a más tardar el primer domingo de Junio,  y duraba aproximadamente dos horas…, ya a golpe de 10 de la mañana, en la casa estaba la larga mesa preparada con la olla de chocolate “El rey”, con sus respectivos pocillos de peltre y tazas de loza, las galletas de soda “Nabisco La Favorita”, una docena de manzanas rojas y verdes,  acompañadas de dos o tres ramos de cayenas o gladiolas  rojas, con varios ramilletes de pino o de acacia, adornando la mesa,  y por supuesto, las caraotas refritas, las hallaquitas envueltas en hojas de maíz, el requesón, la cuajada, el suero, el aguacate que no podía faltar, y la torta preparada por la jefa de la casa, todo listo para la entrada final del  “homenajeado”, que acababa de recibir su Primera Comunión, ´por supuesto, ya los invitados y los tradicionales “arroceros”,  estaban instalados cual primer chicharrón…, los regalos por parte de los invitados, o lo que llamaban las guindas, eran casi obligatorios, y consistían generalmente,  para los varones, en juegos de monopolio, ludo, una bolsa de metras, o alguna perinola, y para las niñas, algún jueguito de café de porcelana, ropa íntima, o una cajita de dulces acaramelados.

 Después de concluir la gran comelona, la mamá llevaba  al niño a visitar las casas de   los vecinos que no habían asistido al desayuno, poniendo como excusa, presentarle al “nuevo comulgado”, pero en el fondo era para que de manera muy sutil, para no decir “casi obligada”,  los vecinos se bajaran de la mula con el acostumbrado regalito, que casi siempre terminaba en ser “un fuerte” de plata, o lo que es lo mismo cinco bolívares.

  

Así concluía esta importante ceremonia religiosa, que se repetía año tras años, y que aún, en el fondo, sigue vigente,  pero con evidentes y significativos cambios de forma, producto sin duda alguna, de la evolución de la iglesia católica, por un lado, y por el otro, producto del modernismo en el que estamos inmiscuidos, pero esto evidentemente, nos obliga una vez más a recordar aquellas viejas historias poco contadas, de un Charallave que se resiste al inevitable  cambio, de un viejo pueblo como tantos otros pueblos de Venezuela, que nos dejó un recuerdo en cada esquina.

 

“AY DE LOS PUEBLOS QUE NO TIENEN HISTORIA“…, “AY, (AGREGO), DE LOS QUE LA HAN TENIDO, Y NO HAN SABIDO GUARDARLA“

 

 

 

 

 

 

 

 








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